martes, 29 de octubre de 2013

EL DESEO


La niñera y la cocinera observaban con anhelo el recipiente lleno de nata, situado sobre la vieja mesa de la cocina.

-¡Qué bien viven los ricos!—dijo Carlota mordiéndose el labio y mostrando una mezcla de deseo y de envidia.
-Qué razón tienes—admitió Sara—no les falta de nada y no saben lo que es pasar hambre. Si pudiéramos apartar un poquito para nosotras...
-¡Estás loca! Conociendo a la señora, seguro que lo nota. Olvídalo.
Sara rodeó la mesa sigilosamente, como un depredador rondando a su presa...
-Hay mucha cantidad. ¿Cómo lo va a notar? ¡Ay, Carlota, me muero por untar el dedo y probar un pegotito!
-¡Allá tú!—resopló la niñera con fastidio—yo me voy.
-Carlota—la llamó sin levantar demasiado la voz—espera. No te vayas. Tengo un plan.
-Anda, anda. No te metas en líos...
-En serio. Es buenísimo—insistió Sara.
La niñera miró a la nata y se a acercó a la cocinera con las mejillas encendidas.
-Tráeme al gato—dijo Sara con media sonrisa.


-¿Al gato? Definitivamente tú estás loca. Yo me voy, no quiero problemas con la señora—le advirtió la niñera y dio media vuelta con intención de abandonar la cocina pero Sara la agarró por el brazo y le insistió susurrando:
-No seas tonta. Estás deseando hincarle el diente a la nata tanto como yo. Lo tengo todo pensado. Confía en mí. Tráeme al gato y deja que me encargue yo del resto...
*******
No fue difícil dar con el siamés. Era fiel a sus costumbres. A esa hora de la tarde, el sol de otoño incidía sobre una de las esquinas de la cama de su dueña y allí estaba, hecho un ovillo.


Mientras, Sara había colocado cuidadosamente la nata sobre la bandeja de plata dejando el centro libre para las fresas, tal y como la señora le había ordenado. En ese instante, entró Carlota cargando con el gato que, casi sin inmutarse, lanzaba alguna que otra mirada peregrina a su alrededor a la vez que sacudía el rabo con pereza.

-Bien—dijo Sara—déjame que le limpie las patas y listo.
Carlota no quiso preguntar nada a la cocinera. Es posible que sintiera miedo de escuchar lo que seguramente se estaba imaginando.
Cuando Sara terminó, lo cogió en brazos con mucho cuidado.
-Vigila que no venga nadie—le ordenó entre risas a su compañera de fechoría.
Entonces, lo arrimó a la bandeja y hundió sus menudas extremidades en una pequeña porción de nata. El gato sintió aquel mejunje frío impregnado entre sus almohadillas y escapó de los brazos de la pícara cocinera, imprimiendo sus huellas por toda la mesa y parte del suelo de la cocina.
Sara le indicó a la niñera que se escondiera en la despensa.
-¡Ay, ay, ay!—se lamentó la cocinera, haciéndose la angustiada—¿Y ahora qué hago? ¡Como te pille...!

Al oír los gritos que provenían de la cocina, entró la señora alarmada:
-¿Qué ocurre, Sara? ¿A qué vienen esos gritos?
-¡Ay, señora! ¡Cuánto lo siento!—respondió lloriqueando.
-¿Pero qué pasa? Me estás asustando.
-El gato, señora. Que si lo cojo... lo mato.


-¿Y qué ha hecho mi gato?
-Que le he pillado encima de la mesa, comiéndose la nata—le explicó haciendo una excelente interpretación—mire, mire—le dijo señalando las pisadas.
La señora, realmente preocupada al verla en ese estado de ansiedad, se acercó y, dándole unas palmaditas en la espalda, le dijo:
-No pasa nada, mujer. El pobre animal no sabe lo que hace. No te sientas culpable por esto. Prepara unas pastas y el café, que de esta maldita nata me ocupo yo ahora mismo.

Sara no podía dar crédito a lo que estaba presenciando: aquella jugosa y blanca crema resbalando por la bandeja de plata y cayendo lentamente al cubo de la basura. Lo que habría dado por cazar al vuelo un poquito...






No hay comentarios:

Publicar un comentario