Me meto en la cama muy despacio para no despertarle.
Durante unos segundos permanezco inmóvil y dejo que mi
cansada espalda repose a lo largo del duro colchón. Cierro los ojos, respiro
profundamente y trato de percibir el silencio de la noche. Mientras tanto, un
caos de imágenes y de pensamientos se agolpa en mi memoria, luchando por salir
a toda costa. Tras un gran esfuerzo consigo apaciguarlos; por hoy ya fue
suficiente...
En ese preciso instante, en el que cierro los ojos por segunda
vez, es cuando el silencio de la noche me susurra que Juan descansa
plácidamente, que hoy no habrá horas en vela cambiando de postura a cada
momento, y que está inmerso en un agradable sueño, que ahora vive intensamente
y del cual no se acordará mañana.
El silencio continúa hablándome de los que duermen
sosegadamente o de los enamorados que dejarán el sueño para más tarde, pero también
me cuenta historias acerca de los que estudian a estas horas de la madrugada, o
de los que despiertan para ir a trabajar.
Me comenta, además, que en otras partes del mundo hace unas
horas que salió el sol. Y me recuerda así, que aunque todo parezca detenerse
con el silencio de la noche, no es cierto. El mundo sigue en movimiento
constante, aunque algunas veces nos parezca frenético y otras nos marque un
compás algo más pausado.
“Y ahora duerme,
mujer, que mañana tendrás otro día intenso”, me dice dulcemente pero yo le
suplico que siga meciéndome con sus palabras.
Así lo hace y poco a poco voy cayendo en ese agradable sopor que me conduce al extraordinario mundo de los sueños...
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